Sobre la superficie de las cosas se
desliza un pensamiento opresor rebañando los recuerdos que han quedado
desperdigados por la habitación, como un espectro ansioso de
eternidad. Aprehendiendo los pedazos de tus sonrisas pícaras,
desintegrados en el suelo del tiempo.
Como una vaharada de aire fresco en un desierto de minutos muertos, el eco lejano de tu risa desbarata apenas un instante el
silencio que apunta a mi sien con la soledad en la recámara. Cierro los ojos ante mi ejecución y un instante
antes de morir, la fronda con que tus gestos habían poblado mi
humilde reino, arde... y en el fuego se abrasan todas las estaciones
esperadas en el ferrocarril del horizonte.