llega a mis diciembres de plomo
y me abrasa en su altar de fuego
donde crepita un presentimiento de verano
que funde el manto paralizante de hielo.
Sólo ella que conoce toda mi medida
me enreda en su mirada
con un guiño me convierte en un sufijo
como si fuera a ser su media palabra.
En la distancia su sonrisa derrama
vibrante, sonora como un arroyo escaleras abajo
el mundo se llena de cascabeles de agua.
Sólo ella que viaja en el regazo del tiempo
captura la eternidad en su mano con un gesto
me la envía con en un beso
y las horas sonabulas abandonan su cuerpo.
Pero llegará el otoño deciduo a los relojes
y caeran ya ocres las manecillas
sobre un suelo crujiente de recuerdos
se escuchará con pasos sutiles
como sólo ella se llevará tras de si la vida.